lunes, 27 de diciembre de 2010

Iceberg


Este libro, a pesar de la diversidad de autores y de géneros, es una unidad sostenida por el título, cuyo sentido se propaga, a modo de eje, desde el comienzo hasta el final.
El porqué del título: el libro tiene un rico subsuelo –rico en significados– cuyos densos significantes, envueltos en muy meditados procedimientos, afloran en la escueta superficie textual. Como en el iceberg, sólo asoma a la superficie una mínima parte de su cuerpo. [...]
Más allá de este rasgo unificador, la variedad de estilos está visible: desde el humorismo subliminal de Carlos Alfredo Alonso hasta la reflexión existencial severa (casos María Elisa Gallo, María Eugenia Godoy, Estela Porta, Marta Zamudio, Teresita Amad, entre muchos otros); o la visión lírica y amada del universo como en Nelly Benavente o Lía Cúneo. También hay un buen espacio para el vuelo de la fantasía y para la preocupación por los problemas que engendra el mundo en que vivimos. O el producto de disparadores que lanza la mitología. O el llamado de atención, preocupación profunda por el medio ambiente.
Como puede advertirse a través de esta breve introducción, este libro reúne a un grupo de escritores tucumanos; muchos, cultores del cuento y en especial del microrrelato. Pero ellos resultan pocos, entre los abundantes cultores de estos géneros con que cuenta nuestra provincia y de los que dan testimonio otras publicaciones. Buena manifestación de inquietudes y de cultura que bien merece ser fervientemente apoyada.

Alba Omil

Extraído de las palabras preliminares del libro "Iceberg", de varios autores. Lucio Piérola Ediciones, Tucumán, 2010.

jueves, 4 de noviembre de 2010

La hechicería en las culturas prehispánicas


El hombre del paleolítico –recolector, cazador– sabía, entendía bien, cómo iba proveerse de alimentos y de abrigo; fabricaba sus armas con madera, hueso y piedra y sus ropas con pieles, pero cuando tenía que enfrentarse con otros graves problemas –más allá de su dominio– como la enfermedad, la muerte, la sequía, las pestes, estaba completamente desprotegido. Sin duda esto lo llevó a reflexionar, durante generaciones, sobre la existencia de fuerzas superiores que regían la vida y la muerte, y a rendirles tributo de adoración que, llegado el momento, iba a tener sus oficiantes.
Ese hombre primitivo creía en la magia, en los hechizos y en la adivinación.
No hay pruebas de que las tribus nómadas que recorrían nuestros bosques hace más de diez mil años (6) tuvieran creencias religiosas, pero esto no significa que no las tuvieran.
¿Desde cuándo los hombres de la tribu observaban el cielo en busca de señales? No podemos afirmarlo pero si ya seminómadas, en sus campamentos estacionales se dedicaban a domesticar algunas plantas y a rendir culto a sus muertos ¿cómo no iban a reflexionar acerca del lugar adecuado donde se asentaría el grupo, todavía nómada? La señal la buscaban en el cielo, siguiendo el curso y el mensaje de los astros. Y sin duda, ya había personas especializadas en el tema.
Para continuar con la dualidad antes apuntada, debemos recalcar que sus observaciones del cielo estaban motivadas, en gran medida, por las prácticas agrícolas, ocupación fundamental de los aborígenes ya sedentarizados. Los astros les darían noticias de la posición del sol, del cambio de las estaciones, de los períodos de lluvias y de los momentos propicios para el desarrollo de los ciclos agrícolas.
Esta observación de los astros (el sol, las fases de la luna, el ciclo de Venus, de gran importancia tanto práctica como astrológica, etc.) fue un rasgo común a todas las grandes culturas precolombinas. Estaba vinculado con los mitos y con el destino del hombre sobre la tierra y también con sus actividades cotidianas [...].

Alba Omil

Extraído del libro La hechicería en las culturas prehispánicas, de Alba Omil. Lucio Piérola Ediciones, Tucumán, Argentina, 2010.

martes, 12 de octubre de 2010

Simoca


[...] durante la Conquista, hacia 1684, trasladada S. M. de Tucumán a su actual emplazamiento, Simoca –lugar antiguamente habitado por los indios Tonocotés– pasa a ser el punto obligado de paso para las carretas que hacían su recorrido entre Sgo. del Estero y Tucumán y son los frailes franciscanos los encargados de administrarlo y, por supuesto, de la evangelización. Levantan su capilla adonde celebraban la misa y otros oficios religiosos. Enfrente estaba el gran espacio que iba a convertirse en plaza. Hasta allí concurrían los campesinos y pequeños agricultores de los pueblos y aldeas vecinos que, a la vez, traían sus productos para venderlos, para trocarlos. Cada vez con mayor éxito, con mayor venta. Luego fue una cita obligada. La feria había nacido casi sin darse cuenta, y en sus entrañas se estaba gestando una ciudad. En 1728, el capitán Diego de Molina establece la primera plaza aunque, como dijimos, el lugar donde se reunía la población, existía, de hecho, desde mucho antes. Más tarde se va a trasladar hasta la vera del ferrocarril
Pero volvamos a la ciudad del presente: quedan en ella la feria, por supuesto; una serie de antiguas costumbres y un grupo de familias notables, cuyos antecesores descienden de los remotos pobladores de la villa, que vinieron de todas partes y allí se establecieron [...].

Alba Omil

Extraído del artículo "Simoca", incluido en el libro Hace tiempo en el Noroeste, tomo III, de varios autores. Lucio Piérola Ediciones, Tucumán, Argentina, 2010.

martes, 28 de septiembre de 2010

Ahora en Twitter

Ya se puede seguir a Alba Omil en twitter.

http://www.twitter.com/albaomil

martes, 7 de septiembre de 2010

Los niños y la lectura



Artículo publicado en el diario La Gaceta, de Tucumán, el domingo 8 de agosto de 2010.
El vínculo directo a la nota es:

domingo, 27 de junio de 2010

Un maestro en el legado de la palabra


Artículo en homenaje a la muerte de José Saramago, publicado en el diario La Gaceta, de Tucumán, el domingo 27 de junio de 2010.
El vínculo directo a la nota es:

domingo, 6 de junio de 2010

Helena

Salió del huevo con cuerpo de mujer y gracia de ave.
Por cada uno de sus poros cantaban la vida y la hermosura sus triunfos y sus goces.
En el fondo de sus ojos claros, esperaba una montaña de guerreros muertos.

Alba Omil

Extraído del libro Por favor sea breve, 2. Edición a cargo de Clara Obligado, prólogo de Francisca Noguerol. Editorial Páginas de Espuma, Madrid, 2009.

Del prólogo extrajimos el siguiente párrafo: "Tanto los textos breves narrativos como los pictóricos permiten su contemplación de un solo golpe de vista, centrando la atención en una realidad que se descubre tanto más interesante cuantas más lecturas alberga. Es el caso de "Helena", de Alba Omil, donde las sucesivas imágenes aluden a hechos sobradamente conocidos en la vida del mítico personaje griego: su genealogía -nació de un huevo como consecuencia del ayuntamiento entre Leda y Zeus, metamorfoseado en cisne para la ocasión-, su indiscutible belleza -la más reconocida en la historia de la literatura- y su condición aciaga -esposa de Menelao, fue raptada por Paris y provocó con ello el comienzo de la guerra de Troya. El orden del texto se encuentra perfectamente meditado: Omil, como si tuviera una cámara en la mano, dirige nuestros ojos a determinados aspectos de la vida de Helena concretados en imágenes de gran fuerza. Así, la descripción demuestra la capacidad de visualización mental en una autora que, sin duda, consigue dar el salto de la palabra a la imagen".

martes, 25 de mayo de 2010

Comidas en el bicentenario


"Mazamorra dorada / para la niña mimada, / mazamorra caliente / para la abuela sin diente". La negra que recorría las calles del Tucumán colonial vendía casa por casa y ya era conocida; tenía sus propios clientes, cuenta la escritora e investigadora Alba Omil, autora de Comidas regionales. Noroeste Argentino. Ingredientes y un poco de historia (Ediciones del Rectorado, UNT). "La mazamorra se comía con miel de abeja, después de almuerzo y a veces a la noche", agrega. Por aquellos años también se comía turrón de miel de caña, ambrosía, locro, empanadas y muchas otras que siguen presente en la mesa de los tucumanos.

"Hace 200 años se comía escabeche de vizcacha, igual que ahora, porque era el alimento de los aborígenes. Los Quilmes tenían sus criaderos. El indio comía mote, lo que se sigue consumiendo en el Norte argentino. Las comidas no han variado demasiado, pero sí hubo aportes de la inmigración. Esto ocurrió con el tamal, por ejemplo, que no era local, sino que fue introducido por los españoles. Aquí se lo empezó a preparar con maíz", cuenta la investigadora, autora de otro libro en proceso de edición titulado
La olla criolla.

Si bien hace 200 años las clases sociales estaban muy bien definidas, en todas se comía más o menos lo mismo, aunque con algunas diferencias en la forma de preparar los alimentos. "La clase más acomodada condimentaba mejor. El pobrerío consumía achuras, no así la sociedad. De allí viene lo que contaba Sarmiento, referido a que cuando el gaucho mataba un animal le sacaba la lengua, que era su bocado favorito y dejaba el resto. En "El Matadero", de Echeverría, se narran peleas entre las negras por las achuras y las grasitas de las tripas. Las negras aprovechaban todo lo que los demás desperdiciaban, incluida la panza del animal. En generaciones venideras persistió el prejuicio sobre las achuras", dice la escritora.

El chef Maximiliano Cáceres Cano, especialista en la cocina del bicentenario destaca que en las casas se comenzaba a cocinar a las 8. Sólo las mujeres podían dedicarse a esta tarea.

Se comía mucho

Había tres comidas básicas todos los días: sopa, puchero y mazamorra, pero además siempre se hacía alguna comida con carne, que podía ser de vaca, cerdo o aves, algunas veces, agrega Alba Omil. "La gente comía mucho pero no engordaba tanto, a pesar de consumir muchísimas calorías. Y esto se debe a que había otro estilo de vida. No había autos, ni TV ni computadora y se caminaba mucho", concluye Cáceres Cano, compilador de las recetas que se publican en esta página.


Extraído del artículo publicado en el diario La Gaceta, de Tucumán, Argentina, el día 20 de mayo de 2010.

domingo, 18 de abril de 2010

La Randa


Como los "cedrones de copa blanca", como la "dama de noche silvestre", la randa va desapareciendo.
Después de cuatro siglos de permanencia, de muchos años de auge y señorío, hoy la randa, lamentablemente, parece condenada a desaparecer o a convertirse en objeto de museo. ¿Por qué? Pensamos que por falta de aggiornamiento y de creatividad, que es, a su vez, parte de la cultura. Y también por abandono y desatención.
Hoy nadie usa carpetas tejidas en sus muebles, ni pañuelitos en el bolsillo superior del saco. Por esta causa, esas laboriosas carpetas circulares, de todo tamaño, que llevan días y días de labor; esos preciosos pañuelitos, no tienen mercado. Pero…
¿Por qué se han reducido a eso las labores de randas? En ese libro documentamos verdaderas obras de arte, con fotos de antaño, obtenidas en diversas fuentes, entre ellas, el Museo Sacro de nuestra ciudad, que atesora materiales preciosos. ¿Será posible que la belleza de esas randas haya quedado reducida casi exclusivamente a elemento de museo? Alguna feria aislada y de vez en cuando, no es suficiente para difundir un producto que vale la pena mostrarlo, que enriquece una cultura, que muestra una continuidad histórica, que puede ser una fuente de ingreso por diferentes bocas [...]

Alba Omil

Extraído de las palabras preliminares del libro La randa. Una artesanía tucumana, de Tulio Santiago Ottonello. Lucio Piérola Ediciones, Tucumán, Argentina, 2010.

domingo, 4 de abril de 2010

Fantasía inverosímil


Comentario de Alba Omil sobre el libro El ladrón del rayo, de Rick Riordan (Barcelona: Salamandra, 2009). Publicado en el diario La Gaceta de Tucumán, el día 4 de abril de 2010. El enlace a la nota es:

http://www.lagaceta.com.ar/nota/372150/LGACETLiteraria/proezas_ni%C3%B1o_descubrio_ser_un_semidios.html

martes, 9 de marzo de 2010

Luz


Afuera llovía a torrentes: el cielo, negro; el mundo, negro; todo negro.
De pronto se encendió una luz -hermosa como un fuego fatuo- que pareció iluminar el universo entero.
¿Relámpagos?, ¿centellas?, ¿algún rayo perdido?
No, apenas tu recuerdo en medio de la noche.

Alba Omil

Extraído del libro Con Fondo de Jazz, microrrelatos, de Alba Omil. Ediciones del Rectorado, Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán, Argentina, 1998.

jueves, 21 de enero de 2010

La lechuza


Dentro de estas figuras, la lechuza y el búho portan una simbología más abstracta y más oscura aunque no fatídica como la que derivó después de la conquista.
La lechuza tiene un lugar importante dentro de la imaginería indígena: aparece grabada en las piedras, en los ceramios, hay urnas funerarias de párvulos que adoptan sus formas ¿por qué?
El doctor Orlando Bravo (Lugares y tiempos sagrados en las culturas andinas del Noroeste Argentino, UNT, 2001, p.32) señala que en la llamada Piedra Pintada de San Pedro de Colalao (lugar sagrado y observatorio astronómico) hay grabada una interesante figura de lechuza que está como protegiendo a un pichón o búho pequeño. Es la que primero recibe los rayos del sol porque es la figura que está ubicada más al levante. El Dr. Bravo piensa que, para los aborígenes, era una aliada de la noche, la que veía en las tinieblas.
Quizás era por eso que figuraba en las urnas funerarias: una invocación para que acompañe al difunto, para que no se pierda entre las sombras de la muerte.
Adán Quiroga (1931) describe así a esta figura de la Piedra Pintada: "La sexta figura que luego se repite con su cara de aspecto de lechuza y semejante a algunos de los llamados ídolos personales", acerca de los cuales no podemos menos que preguntarnos ¿por qué una figura de lechuza como amuleto?
Para empezar, tenemos que tener en cuenta que en las culturas precolombinas del NOA, la lechuza no cargaba el sema de agorera ni el de funesta ni el de acompañante de brujas que introdujeron los españoles. Al contrario, si el dibujo del ave aparece en las urnas funerarias es porque de algún modo estaba vinculada al trasmundo [...].

Alba Omil

Extraído del libro Lo demoníaco en los mitos del Noroeste Argentino, de Alba Omil. Lucio Piérola Ediciones, Tucumán, Argentina, 2002.