viernes, 16 de noviembre de 2007

Muerte y transfiguración de Martín Fierro


[...] Los problemas políticos y socio-económicos nacionales que están en la base del Martín Fierro, que son la causa de los males del héroe y de su raza, aludidos tangencialmente por Hernández, aparecen en toda su descarnada desnudez en Muerte y Transfiguración... Equivocada, o no, la interpretación de Martínez Estrada se destaca por su vigor, su llaneza, su falta de eufemismos: "Tierra y ganados, mostrencas y cimarrones, pertenecían de hecho al indio. Las campañas llevadas contra él no fueron empresas de civilización sino grandes especulaciones para fundar y consolidar un sistema agropecuario que enriqueciera a un amplio grupo de familias, creando así lo que se ha llamado la aristocracia feudal, dueña de la tierra". Y es esta perspectiva, son estas aclaraciones las que clarifican, a su vez, muchas de las sextinas de Hernández, como la que sigue:

"Hablaban de hacerse ricos
con campos de la frontera;
de sacarla más afuera
donde había campos baldidos
y llevar de los partidos
gente que la defendiera". (2107/12, I)

Estas palabras del Poema se explicitan en las páginas de Martínez Estrada: "la frontera no era una franja de tierra; era una zona movediza que, según los eventos de la contienda, se replegaba o distendía".
Su enfoque es completo: la figura dentro del texto y el texto dentro de un contexto geográfico-socio-político que compromete la historia nacional y va en busca de la raíz de los males. De esta manera, Martínez Estrada va mucho más allá del Poema, a un antes y a un después: "Y como advirtió Sarmiento, mantuvieron su autoridad por la fuerza, quedando en pie la estructura que, después de Martín Fierro, ¿quién denunció?". [...]
Alba Omil

Extraído del libro Cuatro versiones del Martín Fierro, de Alba Omil. Secretaría de Post-Grado, Universidad Nacional de Tucumán, Argentina, 1993.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Historia sobre el desaforado deseo de comer


Artículo de Alba Omil publicado en la sección literaria del diario La Gaceta del día domingo 11 de noviembre de 2007, sobre el libro El peso de la tentación, de Ana María Shua.
El link a la nota es:

http://www.lagaceta.com.ar/vernota.asp?id_seccion=109&id_nota=244134

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Perfiles Médicos

A lo largo de la historia médica de nuestra provincia, ha pasado una serie de figuras prominentes. Tratar de enumerarlas sería una tarea tan riesgosa como vana: siempre conllevaría el riesgo de injustas omisiones y, por otra parte, no podría encuadrarlas en un solo volumen. Es nuestro propósito publicar una serie de tomos con estos perfiles.
Los trabajos que integran el presente libro trazan no sólo las figuras de destacados profesionales de diversas generaciones y de toda la provincia (espacio, tiempo, personas). Trazan también un cuadro de época, con motivos y detalles que van coloreando un panorama social y cultural con su fisonomía, sus usos y costumbres.
No son, estos, trabajos autónomos: de algún modo conforman un tejido rico y complejo, un ámbito y una amplia época. Si se los ve con cuidado podrá advertirse que cada uno es parte de una totalidad: en diversos trabajos hay nombres que reaparecen e integran el conjunto, cosa singular y no buscada sino generada por la índole del libro. Esos nombres, esas figuras que van surgiendo sobre la marcha, anexas al protagonista, son conectores semánticos, nudos que van uniendo una trama donde lo personal emerge pero donde subyace algo más hondo y más conmovedor: una ética, una conducta humana, un ejemplo no buscado pero que deviene en modelo a imitar.
La conducta, la austeridad, la generosidad, la entrega, la rectitud de los profesionales aquí reunidos, constituyen la urdimbre de un rico tejido que los diversos autores han ido elaborando con respeto e idoneidad.
No a todos los que aquí aparecen se los llevó la muerte. No es necesario –es injusto– esperar que alguien se vaya sin retorno para recordar su vida y sus merecimientos.
Hay otro aspecto generalizado que con esta –y otras publicaciones– queremos reparar: la omisión, el olvido del interior de la provincia. Aquí están todos, y el interior ocupando su merecido espacio en nuestras publicaciones.
Integra este libro un índice onomástico porque no sólo los biografiados perfilan una época: muchas otras figuras los acompañaron, no a su sombra, a su lado y forman parte del cuadro total. Tal vez en futuros tomos aparezcan con el protagonismo que merecen.

Alba Omil
Extraído del prólogo del libro Perfiles Médicos, de varios autores. Lucio Piérola Ediciones, Tucumán, Argentina, 2007. Este libro trata sobre la vida y obra de Ponciano Alonso, Enrique José Canal Feijóo, Alberto Caniparoli, Conrado Canzonieri, Américo Defilippi, Luis María de la Fuente, Federico Hlawaczek, Manuel López Pondal, Nicolás Maisano, Rafael Maldonado, Raúl Rolando Raya, Cecilio Romaña, Ángel Manuel Usandivaras y Francisco Maximiliano Weisz.

jueves, 8 de noviembre de 2007

En la raíz de algunas creencias, vive el mito


Artículo publicado en el suplemento "Actualidad" del diario La Gaceta, de Tucumán, el día domingo 4 de noviembre de 2007. El link a la nota es:


jueves, 1 de noviembre de 2007

Lugares y tiempos sagrados en las culturas andinas del NOA

Foto: Laguna del Tesoro, Tucumán.

Conocer el pasado de nuestra América, los niveles que alcanzaron las culturas precolombinas, puede llegar a ser una experiencia estremecedora. Esas ruinas hablan, trasmiten mensajes y, a todos aquellos que tengan sensibilidad, les contagian sensaciones muy profundas en las que se combinan la admiración, el respeto, el dolor y muchos otros matices tal vez intransferibles..
Este es un libro de acercamiento a esas culturas, escrito por alguien que ha vivido las sensaciones antedichas y que tiene toda la autoridad del que habla de temas que ha trabajado mucho, y que domina, ama y respeta.
Orlando Bravo es un conocido estudioso de las grandes culturas andinas. Doctor en Física, ha combinado sus competencias en este territorio, con una larga experiencia de andinista (que le permitió observar in situ los hechos durante muchos años), y con su sólido conocimiento del cuadro general de las culturas mencionadas.
Rastreó, midió, calculó, comparó, analizó, sacó fotografías, trazó laboriosos gráfícos, para luego brindarnos el testimonio difícilmente refutable de las cifras: aquel que aportan las matemáticas y la física.
El presente trabajo delimita su territorio en el noroeste argentino, siempre con referencia a los grandes centros culturales precolombinos, y se convierte en valioso aporte al corpus que constituyen los estudios sobre Machu Picchu y Tiwanaku, ruinas medulosamente conocidas por el Dr. Bravo, y que no infrecuentemente le sirven de referencia.
Estas ruinas aborígenes, por lo general situadas a gran altura (a veces superior a los 4000 msnm) nos hablan de lugares donde la nieve reina, el frío se enseñorea sobre todo lo viviente y los inviernos son crueles. Pero donde también brilla el sol, intenso y ardiente, en cielos tan azules, tan límpidos, y madura los frutos, y a lo largo de su curso va sembrando y manteniendo la vida. Estas razones serían un factor quecontribuiría a abonar los cultos solares
Los nativos, pues, debian seguir el curso del sol para "acomodar" los labrantíos, las siembras, el riego, las terrazas, los canales, la recolección de frutos, para determinar y calcular las pariciones, para reglar las actividades cotidianas, para organizar la vida tanto económica como doméstica, para prevenir situaciones, es decir, para organizar el futuro.
Nuestros nativos, como los de Tiwanaku, como los del Cuzco, como los Aztecas y los Mayas, tuvieron sus cultos solares, pero debajo de ellos, y sosteniéndolos, estuvieron sus avanzados conocimientos astronómicos: seguir el curso del sol a lo largo de los días, y quizás, reglar las ceremonias para que no se alejara para siempre, para que retornase en el tiempo calculado (la religión y la ciencia en una unión indisoluble); marcaron con precisión matemática los solsticios y los equinoccios, época de las grandes celebraciones solares en las que ataban al sol para que no se fuera, abandonándolos. A través de sus construcciones en piedra, de sus ventanucos ad hoc, de menhires, de bajorrelieves en la roca, podían seguir el curso del sol a lo largo del año. Así construyeron sus calendarios pétreos. En base a ellos organizaban sus vidas y la vida de la comunidad.

El presente texto aporta gráficos rigurosos y abundante material fotográfico, con los que Orlando Bravo refrenda su teoría. Además se apoya en el sistema de estudios comparados: estudia la Kalasasaya de Tiwanaku y luego la de Queneto, en Perú. Dentro de ese campo incribe a La Ciudacita (ubicada en las nevados del Aconquija, concretamente en la bajada del Morro de las Ruinas, a 4030 msnm, ruinas que él conoce mejor que nadie, que visita desde hace más de 40 años), los menhires de Tafí del Valle, Tiu cañada y los petroglifos de Ovejería (San Pedro de Colalao): la huaca de Ovejería con su famosa "Piedra pintada", mal llamada así, y otros petroglifos.
Leer al Dr. Bravo es empaparse de su saber, trasmitido en lenguaje asequible, no obstante la aridez que circunstancialmente puede presentar el tema, sobre todo para aquellos que no transitan con facilidad por el mundo de los números y de la física.
Nos enteramos así, de cómo los nativos armaron sus calendarios, y todo su proceso, con el respectivo análisis físico-astronómico-matemático que sostiene y avala la teoría. En cuanto a las correcciones calendáricas, O.B. recurre a un respetable cálculo de probabilidades.
La presente publicación de la Universidad Nacional de Tucumán tiene un doble valor: por un lado, el que le es específico, esto es la seriedad y minuciosidad científicas con que un especialista de indiscutida autoridad y reconocida trayectoria, encara el tema propuesto. Por otro, la incorporación del Noroeste argentino al campo científico y de investigación, con lo que los estudiosos tendrán un importante aporte que les ha de permitir no sólo ampliar la perspectiva en sus estudios sino también el trabajo en bloque sobre estos centros astronómicos y religiosos de Hispanoamérica, que tienen tantos elementos comunes entre sí.

Alba Omil

Extraído del prólogo del libro Lugares y tiempos sagrados en las culturas andinas del NOA, de Orlando Bravo. Ediciones del Rectorado, Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán, Argentina, 2002.

martes, 30 de octubre de 2007

La historia de una obsesión

Comentario de Alba Omil sobre el libro Mucho amor en inglés, de Susana Silvestre, publicado en la sección literaria del diario La Gaceta, de Tucumán, Argentina, el día 10 de abril de 1994.

El link a la nota es:

http://susanasilvestre.com.ar/libros/mucho_amor_ingles/la_gaceta.html

jueves, 11 de octubre de 2007

Igualito a la Victoria de Samotracia

La ola de calor llegó a fines de marzo junto con el otoño, y nos tenía enfermos a todos: treinta y dos grados, siete décimos, a las once de la noche, aquí al pie del cerro, era como para enloquecer a más de uno. Y no te digo nada de lo que ocurría en el centro porque ahí la cosa estaba mucho más espesa, con insolados, deshidratados y otras hierbas de las que mejor no hablo porque empieza a invadirme la sofocación. Pero aquí arriba no estábamos mejor: cinco grados menos, es verdad, pero la balanza se nivelaba con el peso de los mosquitos: caían como piedras encima de uno, a hacerle, directamente, una transfusión, sin que valieran repelentes, espirales ni insecticidas. Yo era, virtualmente, una piltrafa: una bolsa de papas desparramada en la cama, con la presión arterial en el suelo, con un estado de ánimo en el mismo sitio, haciéndole compañía; distante a kilómetros del sueño y en lucha desigual con la sofocación, con el calor, en fin.
"Tras que éramos pocos, parió la abuela", me dije con furia cuando vi el resplandor en la galería de adelante. No hay nada que me fastidie más, que me desvele más que la luz. Con seguridad venía de la casa del lado; teóricamente así tenía que ser, pero esa casa estaba desalquilada hacía mucho tiempo. Tampoco se oía ningún ruido; a lo mejor se trataba de alguna pareja que había pagado el alquiler por horas; como el ruso Popoff es un delincuente y se las sabe todas, era capaz de eso y mucho más; ya lo había hecho muchas veces. Pero yo no había oído detenerse ningún auto, de manera que me levanté, con esfuerzo, descalzo y casi en cueros fui a mirar por la ventana pero sólo vi el resplandor amarillo -algo más intenso- procedente de la derecha. Y pensándolo mejor, al ruso le habían retirado el medidor por razones obvias hacía como dos meses así que estaba sin luz. Podía ser un farol, claro, pero ¿de quién?, ¿por qué?, y si abría, la doble cerradura iba a hacer un ruido de la gran siete. ¡Y bueno! Al fin de cuentas qué me importaba: yo estaba en mi casa y era dueño de salir a la galería a la hora que me diese la gana. Salí. La luz no provenía de la casa vecina. Estaba allí, en mi casa, a unos siete metros de mi nariz, en el extremo de mi propia galería, entre el ciprés y el pilar, pegada a la cerca de alambre que oficia de medianera. No veía su origen. No alcanzaba ni a explicármelo. En ese instante pensé mil cosas; mil fragmentos de ideas me pasaron por la mente sin acabar de concretarse cuando ya eran desechados por imposibles: podía proceder de un platillo volador... ¡pero! ¿de qué plato volador me estás hablando, estúpido? El cementerio no estaba lejos y en una de esas... ¡Avisá, che, por favor!... ¿Un ectoplasma? ¡Ja, ja! Sí, claro que parecía un ectoplasma. ¿Y cuándo viste un ectoplasma, para estar tan seguro? Un día de estos te encierran si empezás con esas teorías. En realidad no tenía forma. Bueno... sí y no. No tenía forma definida. No tenía cuerpo, mejor dicho, porque forma sí, era como una escultura difusa, sin rasgos claros, algo así como el negativo movido de la Victoria de Samotracia, ¡eso es! Tenía cierto aire a la Victoria, pero sin corporeidad, pura luz. A lo mejor se trataba del reflejo de un faro, subiría al techo para verificarlo. La cosa, bueno la luz se desplazó lentamente: al parecer estaba vigilando mis movimientos y ahora, según yo lo intuía, debía de encontrarse de perfil. ¿Estaría mirándome? (Recién me entero de que el reflejo de un camión estacionado a cincuenta, o a cien metros tiene mirada. ¡Pero qué cosa!). Y bueno, pero ¿dónde está ese camión que no lo veo? No había ninguna luz alrededor, salvo los faroles mortecinos de la calle. El calor, la insolación, la fiebre, provocan alucinaciones. Mejor me pondría el termómetro. Aquello se desplazó otra vez y tuve la impresión -la sospecha- de que estaba divirtiéndose a mis expensas. ¿Habría una figura humana debajo de esa luz? ¡Pero qué iba a haber! Saltaba a la vista que no: todo era transparente, una acumulación de puntos luminosos y nada más. En ese momento chilló, chistó con estridencia la lechuza sobre mi cabeza. ¡Bah!, la lechuza chistaba toditas las noches, por algo tenía un nido en el baldío de atrás. ¿Sería un alma en pena? Dicen que se presentan como formas vagas y luminosas; al menos, así lo aseguraba mi abuela y no era ninguna tarada (¡alma en pena! ¡Se precisa ser...!) Y bueno, estaba ahí. Sin embargo yo no sentía miedo, al contrario, me invadía una sensación extraña, como de laissez faire (el calor, tal vez), como de abarcar el mundo con mis brazos, de no desear ya nada, como cuando contemplaba en el Louvre la Victoria de Samotracia, allá en su altura, bella, exclusiva, dominante; o como cuando entré por primera vez en la humildísima capillita de un pueblo de montaña cerca de La Quiaca; o como cuando, en estado de crisis mística, asistía a misa en el oratorio de mi abuela, allá en la estancia, en mis lejanos catorce años. ¿Iría a quedarse allí toda la noche? ¿Tendría que quedarme yo también inmóvil en espera de que aquella "cosa" tomara una iniciativa? -¡Oiga! Diga -comencé a decirle pero ahí nomás me hizo cerrar la boca el sentido del ridículo y no pasé de esas palabras.
Me senté en el sillón, no a esperar, a gozar de esa luz que, de alguna manera, me chorreaba por dentro. Un poco más y terminaba por invadirme el sopor, me adormecía y me despertaba después en México o en Marte. Estos visitantes del espacio y sus procedimientos subliminales... Pero quién te dijo... Felizmente empezó a correr un poco de aire fresco y los mosquitos desaparecieron como por ensalmo.
Me despertaron los timbrazos del jardinero, a las siete de la mañana. Sentía la musculatura del cuello dolorida, rígida, y una sensación de hormigueo en todo el cuerpo. Entumecido, esa era la palabra. Entumido, decía mi abuela en esos casos. De la luz, ni rastros. ¡Claro! Pleno día: aunque hubiera estado ahí, a mi lado en el sillón, qué iba a verla. Dicen, lo he leído por ahí, que los extraterrestres traen sus hembras y hacen cruza con nosotros, los terráqueos, para lograr una raza que se adapte a este planeta. La racionalización empezó a subir como la marea en mi cabeza, pero, siempre había un pero de por medio.
Almorcé temprano y frugalmente. Tal vez una buena siesta, la oscuridad, el silencio de mi habitación lograran sedarme. Me duché (no hay que bañarse a deshora porque se hace el cuajo, decía mi abuela, y tal vez tenía razón) y me tendí, otra vez, con la sensación de estar convertido en una bolsa de papas. Empezaba a dormitar cuando alguien me llamó. Estoy seguro, segurísimo. No percibí ninguna voz, es cierto, pero percibí el llamado. Me incorporé: ahí estaba la luz, instalada en mi propio cuarto, aunque ahora mucho más difusa. Me tapé la cabeza con la almohada. Me levanté, encendí la luz; volví a acostarme; me levanté, intenté tocar aquello (atrapar el aire con las manos), abrí la ventana y vi que había entrado el jardinero. Lo llamé:
-Digamé, don Andrés ¿qué ve aquí dentro?
-La verdad, señor, no veo nada, está todo oscuro. A lo mejor si prende la luz.
Después de este episodio la cosa aquella se adueñó de mi casa: andaba como flotando. ¡Claro, impunemente! Se convirtió en una obsesión; después en una compañía. Hasta me acostumbré a hablarle ¡por supuesto, como si hablara conmigo, o con mi sombra! Pero no, no era igual, porque tenía la sensación de que aquello me escuchaba (igual que cuando vivía mi mujer y la casa estaba llena con su presencia, no como ahora que me sobra por todas partes), de que de algún modo me respondía.
Cuando empecé a sospechar la verdad y me di cuenta de todo, resolví poner candado al cerco de mi boca, no fuera que por ahí alguno sugiriese la idea de encerrarme... Y, realmente, era una cosa de locos. Empecé a leer libros de medicina sicosomática (cierto es que la muerte de Analía me dejó descolocado; cierto es que durante semanas continué sintiéndola a mi lado como si estuviese viva; es cierto que, llegado un momento, perdí el sentido de la realidad); después me interesé en todo lo referente a trastornos de la personalidad y siempre el luminoso se colocaba a mi derecha, como si leyera por encima de mi hombro (¡qué cosa que me hace hervir la sangre!= y yo tenía la sensación de que se estaba riendo. Una vez, mientras leía Eysenck, pasé por alto un capítulo relativo a las neurosis que no me interesaba ¿y qué no va el otro, con toda alevosía y me da vuelta las páginas salteadas?
-¡Pero che! -le dije furioso y le di un manotón que él esquivó con elegancia.
No me contestó. Claro, qué iba a contestarme.
Otro día encontré el tomo de Rof Carvallo sobre mi mesa de luz, abierto en el capítulo sobre alucinaciones. Lo miré furioso. No, al libro no, al fluorescente.
-Pero, ¿vos qué te pensás?
Nuevamente la sensación de que se estaba riendo, riendo de mí (y también la sensación de que Analía me miraba desde lejos, que no estaba solo).
-Y, ya que te gusta, seguí dándote manija, ahí tenés un material abundante y al alcance de la mano -no, no me contestó, se me ocurrió a mí que me contestaba y también que me decía "dejate de macanear y salgamos, mejor, al jardín que la luz de otoño, a estas horas, es como un milagro que toca todas las cosas". Yo le hice caso y salimos. ¡Qué estremecedora, qué límpida era la transparencia del aire!, qué virginal el olor de la tierra, de las hojas. El limonero parecía un incensario. Yo creía soñar o, realmente, soñaba.
Mi hermana menor, que me visita con frecuencia, sobre todo desde que perdí a Analía, ha advertido algún cambio en mí:

-Pasás mucho tiempo encerrado en esta casa, Marcelo.
-...
-Sí, como te estoy diciendo.
-...
-Sí, y eso no es saludable.
-...
-Ya no sales, como antes; ni al cine vas.
-...
-Bueno, pero no siempre los filmes son malos. Pero tampoco juegas con mis chicos ¿que te molestan?

Matías es un ángel de dos años, con la cabeza cubierta de rulos luminosos. Es mi gloria; sus conversaciones le ponen almíbar a mi vida: me explica, en tres cuartos de lengua, que el niñito Dios, hijo de la Vingen Maía, le ha hecho los rulitos con un compás que San José, campintero, le ha fabricado con palitos del jardín. Matías me acompaña, ahora con más asiduidad, desde que mi hermana ha empezado a darse cuenta del problema de mi soledad. Lo hace dormir y lo deja a que pase la siesta conmigo; a la noche lo retira. Al principio, en cuanto llegaba Matías, el otro, el luminoso, se hacía repeluz pero ahora parece que ha empezado a tomarle confianza aunque observo que sigue escondiéndosele como si temiese que lo vea. Ha vuelto a flotar por toda la casa, como antes, pero cuando el chico se despierta, él se escabulle: va a sentarse en el sillón del estudio, enciende el televisor (sí, hasta ese extremo ha llegado) o va a jugar (así al menos puede deducirse de sus actitudes) con las mariposas en el jardín; o con los picaflores, que lo vuelven loco. No sé bien qué le ocurre con Matías, a lo mejor son celos, pero es difícil, a lo mejor teme que lo vea.
Hace unos días jugábamos a la pelota en la galería de atrás, de pronto el chiquito la pateó para el jardín del ruso y ahí nomás lo veo al flotante (ocupado hasta ese momento con una bella mariposa azul) que se traslada de un bote hasta el otro lado y manda de vuelta la pelota de un envión que hasta Passarella le envidiaría.
Algo despertó a Matías ayer, bastante más temprano de lo acostumbrado (yo dormitaba y el luminoso hojeaba, con total desparpajo, a los pies de mi cama, la revista Goles que había quedado encima de la cómoda) y en eso, una luz se le encendió en la cara mientras con su índice regordete y nada limpio señalaba hacia el rincón oscuro:

-Mirá, tío, miralo al angelote de la guarda.

Alba Omil

Extraído del libro Tener ángel, de Alba Omil. Editorial Lucius, Tucumán, Argentina, 1981.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Estos animales (relatos)

Las historias de y con animales son infinitas. Desde un principio, el hombre convivió con ellos.
Muy temprano, ya en las cavernas, los fue incorporando a sus creaciones, dándoles presencia en el mundo del arte.
Muy temprano, también, aparecen en el relato oral y en la literatura, que se puebla de seres imaginarios, paralelos, o por encima de los reales. Los dragones chinos, generados vaya a saberse cuándo por el imaginario colectivo, incendiaron su época y, a partir de entonces, continúan iluminando nuestra fantasía.
En general, los libros de viajeros crean un fantástico zoofriso del ámbito medieval. Y aún antes (hacia fines del mundo antiguo), los de Alejandro Magno, en el texto del Pseudo Calístenes (s.III E.C.) que recoge la herencia greco-helenística y romana. Pero ¿qué precede a estas versiones? Un enorme caudal del imaginario zoológico, elaborado durante siglos.
Tampoco hay que olvidar a Esopo y Fedro ni a los difusores de sus fábulas en la Edad Media: Walter English y Romulo Anglico Completo.
Las crónicas de Indias, pobladas de seres tan extraños (deformados por la distancia y el deslumbramiento) que hasta parecían irreales (el quetzal, por ejemplo), son otro precedente.
Los Bestiarios medievales (algunos preciosos), donde lo real convive con lo fantasioso, mostraron un exquisito y deslumbrante abanico que sigue multiplicándose en el presente. Recuérdese el Bestiario de Tolkien.
Pero este libro que hoy presentamos no es un Bestiario, no se ajusta a sus características. Es un conjunto de relatos de y con animales, reales, imaginarios, simbólicos, míticos. Muchos de ellos se encuadran en la microficción.
Por otra parte, cabe señalar que los autores de estos trabajos no son figuras aisladas dentro de nuestra literatura del NOA, como lo fueron, por ejemplo, los de la generación del 60; unificados por intereses comunes, por lecturas comunes y por un contexto histórico-geográfico-literario que los emparentaba, pero aislados como personas.
En este caso, el grupo de autores se asemeja más a La Carpa; se conocen, se frecuentan, participan de cursos, de un concepto de literatura que privilegia el cuidado formal; han coparticipado en publicaciones colectivas. Tienen espíritu de grupo, con un criterio abierto que se extiende cada vez a mayores integrantes, un proyecto en común [...]


Alba Omil

Extraído de las palabras preliminares del libro Estos animales (relatos), de los autores Luis Rodolfo Agulló, Carlos Alfredo Alonso, Teresita Amad, David Bercovich, Ana María D'Andrea de Dingevan, Nelly Druck de Konevky, Zeev Gaalkin, María Eugenia Godoy, Carlos Isas, Elvira Juárez Aráoz, Juan Carlos Molina, Leticia Mure, Jorge Namur, Estela Porta, Regina Saez, Eduardo Santos, Emma Cristina Zamora y Honoria Zelaya de Nader. Lucio Piérola Ediciones, Tucumán, Argentina, 2007.

domingo, 30 de septiembre de 2007

Simón León. 50 años con la medicina

Este es un libro austero donde se expresan experiencias y recuerdos personales que, sobre la marcha de la lectura, son prácticas y ejemplos que pueden ser aprovechados tanto por los estudiantes como por los jóvenes graduados en el área médica.
Escrito en un estilo llano, muchas veces coloquial y apelativo, destila sinceridad no exenta de ternura, a la vez que va reflejando el panorama de la medicina en Tucumán a lo largo de 50 años, tanto sus cambios como sus invariantes.
Una galería de figuras vinculadas al ejercicio de la medicina -médicos, estudiantes, enfermeros, religiosos, administrativos- desfilan en estas páginas, convocados dentro de un aura cálida, respetuosa y llena de gratitud. Muchos de ellos ya injustamente olvidados, recobran una merecida permanencia.


Alba Omil

Extraído del texto de contratapa del libro 50 años con la medicina. Vivencias y reflexiones, de Simón León. Lucio Piérola Ediciones, Tucumán, Argentina, 2007.

sábado, 29 de septiembre de 2007

Eduardo Mallea y la preocupación nacional

Cuando Mallea se refiere al conjunto de su obra habla de "un sistema" unificado por ciertas preocupaciones. Este sistema espeja un profundo pero claro y organizado mundo interior, su cosmovisión, su filosofía de la existencia, sus principios éticos, sus reglas de conducta, su preocupación estética, sus búsquedas y desvelos.
Toda su obra está recorrida por una serie de temas-obsesiones que le dan unidad. Uno de ellos, acaso el eje al que están supeditados todos los demás, es lo que él mismo ha dado en llamar "una vocación de conducta", que se objetiva en la búsqueda del hombre auténtico: "hay que hacerlo aflorar, hay que hacerlo sobrevenir dentro de uno mismo, en el país, en el universo". Pasión, dudas, desaliento pero siempre compromiso y lucha son las formas que asume ese eje vertebrador. Son las constantes. Esa lucha tiene que expresarse entre un doble juego permanente de apariencia y realidad -lo visible y lo oculto- en el que hay que desbrozar la primera parte para llegar a la segunda. Allí, en el ámbito de la realidad ha de encontrar al hombre sumergido pero auténtico (libertad, verticalidad, trabajo, responsabilidad, austeridad, hombría de bien), al país profundo; al mundo oculto y verdadero; al escritor auténtico y agonista. Así llegamos a sus grandes meridianos temáticos:

El país profundo
El hombre interior
El mundo verdadero
El escritor activo [...]


Alba Omil


Extraído del libro La letra profunda, de Alba Omil. Ediciones del Rectorado, Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán, Argentina, 1996.

jueves, 27 de septiembre de 2007

Victoria Ocampo, la testigo

Como testigo, Victoria Ocampo tiene un doble mérito: el de una mujer longeva, y para colmo inteligente, que ha visto tantos cambios en el mundo casi a lo largo de un siglo (siglo en el que todo corre y se transforma tan velozmente) que casi podemos hablar de dos mundos: "He vivido en la época en que pasar el Canal de la Mancha en avión se consideraba una hazaña sin par. Hoy vivo en la época en que cualquier persona, sin asomo de heroísmo, cruza el canal, cruza la cordillera, cruza el Atlántico sin pestañear... Yo siempre pestañeo. He vivido en la época en que una mujer no podía encender un cigarrillo en la confitería París de Buenos Aires sin que un mozo le pidiese que lo apagara, ni seguir una carrera, o reclamar el voto sin que se rieran de sus pretensiones; ni manejar un auto sin que le gritaran algo insultante en una bocacalle. He conocido ese mundo y al de ahora en que se nombra juez a una mujer argentina porque lo merece; en que la señora Pandit, una mujer india, ha ocupado el puesto de presidente de las Naciones Unidas porque lo merece. Dos mundos". Todo esto ha visto. Todo esto ha vivido. De todo ha sido testigo activa y de todo da testimonio porque tiene facilidad para contarlo.
"Soy un escritor que se leerá de aquí a cincuenta años para saber qué pasaba en el corazón de los argentinos de mi época". Pero Victoria Ocampo se queda corta: ella no sólo ha dado testimonio de su época tal como Juan Ruiz lo dio de la suya, humildemente, cotidianamente: de aquí a cincuenta, o a cien años, si hasta entonces alguna bomba sofisticada, montada en pálido caballo no ha dado cuenta del mundo, algún investigador encontrará en los Testimonios un admirable documento de la época (¡así hablaban los argentinos!): las palabras locro, humitas, galán de noche, junto a una serie de expresiones idiomáticas a las que el curso veloz del habla habrá dejado atrás, reemplazándolas por otras.

Alba Omil

Extraído del libro Frente y Perfil de Victoria Ocampo, de Alba Omil. Editorial Sur, Buenos Aires, Argentina, 1980.

Naturales y diversas formas de erotismo


Crítica de María Eugenia Valentié publicada en el diario La Gaceta de Tucumán, el domingo 22 de septiembre de 2007, sobre el libro Bestiario Erótico y otras historias de animales, de Alba Omil y Lucio Piérola.
El vínculo a la nota es:


http://www.lagaceta.com/vernota.asp?id_seccion=109&id_nota=236537

domingo, 9 de septiembre de 2007

La magia, el misterio y sus válvulas de escape


Artículo de Alba Omil publicado en la sección literaria del diario La Gaceta, de Tucumán, Argentina, el día 9 de setiembre de 2007. El link a la nota es:

martes, 4 de septiembre de 2007

Josefa - Nace la guerrilla


Esta novela es una suerte de radiografía literaria del problema azucarero tucumano. Pero no sólo eso: configura también una asombrosa premonición ya que fue escrita en 1969, hace más de veinte años, y antes de que se iniciaran los conflictos de la subversión. Curiosamente, en este documento literario se sitúa el origen de esos conflictos en Santa Lucía, donde en realidad se iniciarían años más tarde de que su autor los previera. Por otra parte, leerla hoy es, en muchos aspectos, como recorrer los periódicos del día: el eterno retorno de las mismas situaciones de pre—zafra, como una noria gastada por el tiempo que se obstina en repetir sus esquemas —¿y sus errores?— infinitamente. Hay dos factores preponderantes que queremos destacar: a) el conocimiento del tema que evidencia el autor, hecho que le permite manejarse con soltura. De otra manera, un problema engorroso como el planteado, hubiese repercutido en pesadez de la trama, cosa que no ocurre; b) tal vez derivado del anterior pero de cualquier manera llamativo: la precognición del autor que pudo situar los hechos, hasta ese momento novelescos, justo en el lugar donde iban a desarrollarse años más tarde en la realidad. Muy pocas obras han calado tan hondo en la entraña de nuestros problemas azucareros, y sus implicancias, como la presente, por ello, mas allá de la obra literaria, debemos advertir en ella un campanazo, un llamado de atención que viene del pasado y se proyecta hacia el futuro y que nos motiva a todos, fundamentalmente a los políticos y demás factores interesados, a repensar el problema, a buscar otros planteos, ¿otras conductas? y a buscar otras salidas. Desde luego que estos hechos señalados configuran el nido donde se ubican otras cosas: historias de personajes. vidas humanas, temperamentos, modalidades, territorio ficcional abrevado en el diario vivir y elevado a la jerarquía artística.

Alba Omil

Extraído del prólogo del libro Josefa, Nace la guerrilla, de José Manuel Avellaneda. Secretaría de Post-Grado, Universidad Nacional de Tucumán, 1993

lunes, 20 de agosto de 2007

Cinco relatos que huelen a tierra viva y raíces

Comentario de Alba Omil sobre el libro El guardián del último fuego y otras leyendas argentinas, de Cristina Bajo (Buenos Aires: La brujita de papel, 2007). Publicado en el diario La Gaceta de Tucumán, el día 19 de agosto de 2007. El enlace a la nota es:

http://www.lagaceta.com.ar/vernota.asp?id_seccion=109&id_nota=231192

jueves, 16 de agosto de 2007

Fantasmas


-I-


Muchas noches me desvelo por culpa de esta gata: corre, salta, bufa, se dispara sí misma como un proyectil, y así, jauja hasta la madrugada. De día, duerme; yo, uncida al yugo como un buey. Ya no sé qué hacer
-¿Ratones?
-No, los fantasmas.


-II-

El juego de las escondidas


A algunos los detesta y no los deja participar; con los otros, se divierte: la mancha, las escondidas, el juego de las estatuas.
Una noche me puse a observarlos: pequeños ectoplasmas informes y lechosos -fantasmas de gatos, quizás; o de perros, tal vez- que desaparecían y reaparecían instantánea y mágicamente en el proceso del juego.
-Los fantasmas, por supuesto, pero ¿y la gata?
-La gata también.
-Pero ¿tienes gata ?
- No, es un fantasma.

Alba Omil

Extraído del libro Con Fondo de Jazz, microrrelatos, de Alba Omil. Ediciones del Rectorado, Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán, Argentina, 1998

jueves, 9 de agosto de 2007

Ana María Mopty: Con Abrazos


Ilustración de tapa del libro Con abrazos, realizada por Susana Babot
El microrrelato es un signo estético complejo, difícilmente catalogable: transita del mundo narrativo al lírico, recibe aportes de la música, de la plástica, de la filosofía ¿Cómo diseñar un modelo textual? ¿Cómo analizar sus estratos y sus formantes? ¿Cuál es su modalización narrativa? ¿Cómo se perfilan sus sistemas simbólicos? Preguntas éstas de no fácil respuesta pero que pueden esclarecerse algo a la luz de trabajos como el que hoy nos ocupa.
El mundo que edifica Ana María Mopty en sus creaciones, está caballo entre la realidad cotidiana y el territorio de las ensoñaciones.
La ensoñación tiene una potencialidad admirable; para empezar, en su semipenumbra pueden distinguirse objetos, situaciones, otros elementos, que en la realidad objetiva no se ven, o no aparecen, y que están revestidos, o revistiendo, dentro de una variedad de registros, en un determinado modelo textual- el universo representado en ese campo pequeño y hondo que es el microrrelato.
Para algunos autores, el microrrelato puede ser una diversión, o un juego, o una catarsis, o cuántas cosas más.
Para Ana María Mopty es, sobre todo, una búsqueda, una indagación y un tránsito. A veces no resulta fácil seguirla –tanto la hondura como la altura suelen producir vértigo y miedo- pero ella no hace concesiones al lector, dice lo que siente. Si encuentra respuesta, bien; si no… Pero tampoco ignora al lector; para él están destinados los indicadores: vectores que parten del título; palabras claves, acentos invisibles, en fin.
Veamos el diseño estructural y qué notas de referencialidad aporta. En ese orden de cosas, el título –manejado con mucha reflexión por Mopty- es no sólo símbolo alusivo sino que está explicitando el motivo temático. Ese motivo tiene sus envolturas y una leve urdimbre que lo sustenta: alusiones espaciales o temporales, o factuales (algún acontecimiento, algún hecho, algún acto) o relativas a la propia experiencia (reflexiones existenciales, estados emocionales, afectivos, anímicos) [...]


Alba Omil

Extraído del Prólogo del libro Con abrazos (microrrelatos), de Ana María Mopty de Kiorcheff. Lucio Piérola Ediciones, Tucumán, Argentina, 2007.

miércoles, 25 de julio de 2007

El Aleph, de Borges


En 1949, Borges publica su tercer libro de narraciones breves, cuyo último cuento -El aleph-, le da el título.
De algunos aspectos de este cuento vamos a ocuparnos ahora.

El título

Aleph, la primera letra de la Cábala, que implica a su vez la cábala completa, parte de cuya sabiduría está, de algún modo, contenida en el cuento precitado.
Son tres los principios fundamentales de la Kabbala que están sosteniendo, y explicando, desde el fondo temático, el mensaje profundo de este cuento (*).
1. El concepto de absoluto (encerrado en el pequeño aleph de la casa de Carlos Argentino Daneri, aleph que, a su vez, encierra la totalidad del mundo visible, real y posible, presente, pasado y futuro).
2. La evolución del universo (registrada en forma vertiginosa por el aleph de la calle Garay).
3. La permanente comunicación mística entre Dios, la Naturaleza y el hombre (el aleph de la calle Garay es imponderable, inexplicable, inaprehensible por parte de la mente humana. Y en su vértigo pueden verse la armonía del universo: Dios, la Naturaleza, el hombre).
Los cabalistas representan en forma simbólica los tres atributos de la divinidad, por tres letras yod encerradas en un triángulo equiátero.
1er atributo: la eternidad;
2do atributo: la extensión infinita.
3er atributo: la sustancia.

En estrecha relación con la eternidad, está el tiempo, con su triple división: presente, pasado y futuro.
Dos hechos prueban que Borges manejaba esos conceptos:
1. El contenido profundo del texto, y sus alusiones más o menos directas.
2. Las aclaraciones formuladas en la Postdata.

La eternidad se asocia al infinito. El vertiginoso aleph no tiene fin.
La extensión se vincula con el espacio -y lo origina-. Y aquí Borges implica todas las posibilidades de espacio. Carlos Argentino expresa:
"[...] el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos [...] si todos los lugares de la tierra están en el aleph, ahí estarán todas las luminarias, todas las lámparas, todos los veneros de la luz".
El diámetro del aleph sería de dos o tres centímetros pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
La sustancia se vincula a la materia:
"También se dijo que tiene la forma de un hombre que señala el cielo y la tierra para indicar que el mundo inferior es el espejo y es el mapa del superior".
Las aclaraciones de Carlos Argentino aluden concretamente a dos de las fuentes, la Cábala y la Teoría de los conjuntos de Cántor.


Alba Omil

(*) La kabbala o Qabballah encierra la doctrina hebraica; su nombre deriva del hebreo Qabol, que significa sabiduría recibida por tradición. Es decir, la Cábala en sí misma no existe como libro; su doctrina, recibida por tradición oral y conservada celosamente entre unos pocos rabinos, fuera de la masa del pueblo, se registra en libros como el Seper Ha Zohar -Libro del esplendor-, Sepher Jetzirah -Libro de la formación-.
De tradición oral, la Cábala ha sido objeto de codificaciones repetidas a lo largo de los siglos hasta comienzos del renacimiento. Su codificador legendario es Rabbi Simeon Bar Yochai (s. II).
La cábala registra el nombre inefable; el aleph de Borges registra también lo inefable. La cábala es misteriosa; el aleph también lo es. De esta manera, el título del libro es un valioso indicio para descubrir las claves del cuento, ocultas en el lenguaje y sus procedimientos.
Las veintidós letras del alfabeto sagrado, junto con las diez numeraciones (los diez nombres primeros) se unen para formar las treinta y dos vías de la sabiduría. El alfabeto está compuesto de tres letras.

Extraído del libro La letra profunda, de Alba Omil. Ediciones del Rectorado, Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán, Argentina, 1996.

lunes, 23 de julio de 2007

El vaciamiento del verbo cumplir


Artículo de Alba Omil publicado en el diario La Gaceta de Tucumán, Argentina, el día 22 de julio de 2007. El vínculo directo a la nota es:

viernes, 13 de julio de 2007

La estructura contextual como fundamento del texto

Ya Iouri Lotman ha señalado que el concepto de texto no es absoluto sino que está en relación con toda una serie de otras estructuras histórico-culturales y psicológicas concomitantes (La structure du texte artistique. Paris: Gallimard, 1973). En consecuencia, resultaría imposible interpretar plenamente la obra de Ernesto Sábato sin encuadrarla antes dentro de la amplia y múltiple estructura contextual que la sostiene, la nutre y la explica. Un contexto histórico: nuestro tiempo, la Argentina de los años '50 que, a su vez, hunde sus raíces en un pasad centenario que continúa -o debiera continuar- sustentándola; un contexto sociológico: la compleja y contradictoria era de Perón; un contexto geográfico: Argentina, y dentro de ella, preponderante, la ciudad de Buenos Aires, escenario, a la vez, de los hechos novelescos. Un contexto literario: la ficción narrativa en las décadas '40-'50: el mundo, América, Argentina. Un contexto de autor: ese hombre atormentado, obsesivo, comprometido con la realidad de su país y de su tiempo; comprometido con el hombre-en-el-mundo, que nutre con su sangre y con su angustia existencial, empáticamente, a cada uno de los personajes que genera. Conocer a Sábato es abrir un carril hacia el alma, y hacia la mente, de sus figuras literarias. Los hombres y mujeres que habitan en su obra son, en su mayoría, habitantes de la ciudad de Buenos Aires en tiempos actuales, tiempos de vértigo, de deshumanización, de superpoblación, elementos todos generadores de desasosiego, de angustia, de inseguridad. Casi desde siempre, a Sábato le ha preocupado la desmesura del crecimiento demográfico de Buenos Aires y la diáspora de sus consecuencias. En El otro rostro del peronismo (1946) se refiere al caos babilónico de la ciudad, "que pasó, en cincuenta años, de cien mil habitantes a cinco millones, en una frenética carrera por los bienes materiales, con un olvido casi total de los valores espirituales y de la tradición. ¿Qué podía suceder en el alma de la juventud? Tenía que suceder lo que sucedió: un precoz y amargo descreimiento por las grandes palabras y un doloroso desengaño con respecto a la mayor parte los hombres que manejaban la cosa pública" (p. 16).
Todos estos materiales pasarán a nutrir los textos, sobre todo las dos últimas novelas: Alejandra, con su escepticismo, su amargura, su conducta, su nostalgia del pasado y su final, es una laboriosa metáfora en la que se objetiva buena parte de la juventud argentina. Pero como en Sábato alienta siempre una pertinaz y paradójica esperanza, la figura de Martín logra salvarse, claro que, huyendo de la ciudad hacia pureza de los hielos en el sur de nuestro territorio.
Lotman afirma -a nuestro juicio, con certeza- que, dado que el mensaje semiótico exige no solamente un texto sino también un lenguaje, la obra artística, tomada en sí misma, sin un contexto cultural determinado, es comparable a un epitafio en una lengua incomprensible (cit). Es por ello que hemos tratado de trazar un cuadro contextual amplio y variado que ayude a esclarecer contenidos, a explicar conductas, a comprender mejor el mensaje.

Alba Omil

Extraído del libro Sábato, pensamiento y creación, de Alba Omil. Secretaría de Post-Grado, Universidad Nacional de Tucumán. Tucumán, Argentina, 1992.

lunes, 9 de julio de 2007

Quilmes, misterios y supervivencias



Estas fotografías, tomadas por Lucio Piérola el día 13 de abril de 2006, pertenecen al libro Quilmes, misterios y supervivencias, con textos de Alba Omil, cuya primera edición aparecerá en la segunda mitad del año. Incluye 200 páginas totalmente ilustradas a color, y la edición cd-rom con videos y más de 1000 fotos, reportajes a los lugareños, mapas y accesorios. El anticipo de este libro está en el folleto Antigua ciudad de Quilmes, Lucio Piérola Ediciones, Tucumán, Argentina, 2006.

martes, 26 de junio de 2007

La Hidra y su delirante cabellera

La Hidra de Lerna, muy deprimida, fue hasta la cueva de una tortuga vieja que, en sus periódicos viajes a la playa, a lo largo de los años, había oído muchas historias y aprendido muchas cosas.
–Me duele la cabeza, dijo
–¿Cuál?
–No sé bien. A veces una, a veces otra, a veces todas.
La tortuga pliega durante un rato sus párpados viejísimos y después aconseja:
–Busca una pareja: el amor curará tu soledad y aliviará tus males.
La hidra baila feliz una danza de amor. Ondula su cabellera serpentina, se abraza al macho; los mueve una música audible sólo para ellos. Los acompañan coros de peces centelleantes. Bailan las anémonas, los corales, las esponjas: baila el jardín marino, ebrio de sonidos que encantan el silencio profundo.
La pareja, al ritmo del vals, entra a la sala de un galeón hundido, luego sale a la playa. Hasta las noctilucas, iluminan el acontecimiento y tornan fastuoso el acto.
Hacia el amanecer, Hidra regresa, envuelta en su propio aliento mortífero, sangrante y con el asomo de una nueva cabeza.
Los restos del amante quedaron en la playa.
Nuevamente el mar se ilumina y todo baila y la hidra entra de nuevo al viejísimo galeón hundido, y sube con otro amante a la playa y otra vez vuelve sangrando. Y así tantas veces que ni siquiera puede contarlas.
Retorna a la cueva donde la tortuga sueña.
–Me duele la cabeza.
–¿Y el amor? ¿Y los machos?
–¡Tantos! Pero ninguno parecido al de mis ensoñaciones.
La tortuga pliega sus párpados viejísimos y se pone a soñar el porvenir.
–Un macho poderoso ha de llegar un día y te aliviará de tus males para siempre.
–¿Quién? ¿Cuándo?
La tortuga ya ha plegado sus párpados viejísimos y está, otra vez, soñando el porvenir.
Hidra no puede despertarla y se marcha, con la cabellera marchita.
En las sombras de la ensoñación, la tortuga ve la imagen de Heracles, perfilándose en el horizonte.


Alba Omil

Extraído del libro Bestiario Erótico y otras historias de animales, de Alba Omil y Lucio Piérola. Lucio Piérola Ediciones, Tucumán, Argentina, 2007.

lunes, 25 de junio de 2007

Kipukamayo

¿Qué significa Kipukamayo? Era el nombre que recibía el especialista en manejar el kipu. Para definir el kipu recurrimos a la explicación del Inca Garcilaso de la Vega: "Quipu quiere decir anudar y nudo, y también se toma por la cuenta, porque los nudos la dan de toda cosa [...] Los nudos se daban por su orden de unidad, decena, centena, millar, decena de millar y pocas veces, o nunca pasaban a la centena de millar [...] Estos nudos o quipus los tenían indios de por sí a cargo, los cuales Ilamaban quipucamayu, quiere decir el que tiene cargo de las cuentas [...] elegían para este oficio los que hubiesen dado más larga experiencia de su bondad. No se los daban por favor ajeno, porque entre aquellos indios jamas se usó favor ajeno sino el de su propia virtud".
Es decir, que ya en aquel tiempo, no cualquiera podía ejercer el cargo de contador, tenía que ser especialista, y no valían acomodos, recomendaciones, padrinazgos ni parentescos. El nepotismo no regía entre estos primitivos y atrasados aborígenes. ¿Cuántos años lucharon los contadores de Tucumán para que se respete el profesionalismo? ¿Cuántos obstáculos tuvieron que vencer para que la profesión fuera ejercida solamente por personal habilitado por título contable?
Hoy los cimientos están firmes, sus pilares consolidados por el tiempo; su nombre cargado de prestigio. Ha alcanzado una cima.
Los que vendrán han de ser los encargados de administrar tan importante herencia. La tarea ya no va a ser tan difícil como lo fue otrora, aunque no sabemos qué variantes irán imponiendo los contextos- De cualquier manera, con la misma dosis de pasión y de fe, es de imaginar que el protagonismo, los logros, la hermandad y el crecimiento han de continuar cada vez más sólidos.

Alba Omil

Extraído del libro Colegio de Graduados en Ciencias Económicas de Tucumán. 75 Aniversario. Para este libro Alba Omil escribió una serie de artículos titulados "Acotaciones a la reseña histórica". Edición del Colegio, Tucumán, Argentina, 1997.

viernes, 22 de junio de 2007

La Salamanca. Primer grado

R. P. Guaccius. El demonio despoja de sus vestiduras al iniciado.
Compendium Maleficarum, Milán, 1626.

Abjurar de la fe y desnudarse, antes de ingresar a la cueva.
Hay antecedentes lejanos de este motivo. Ya podemos verlo entre los grabados del padre Guaccius. Tiene un sentido de purificación, de limpieza y ruptura con el pasado. Las purificaciones son usuales en todos los Misterios. Las encontramos en la cultura de la Tene y en los Misterios de Eleusis, donde, por otra parte, para la iniciación se requería un padrino ateniense, por motivos políticos en los que aquí no nos detendremos, y "el que sin estar iniciado violara los misterios, podía pagar con la vida" (Burkhardt, J. Historia de la Cultura Griega. T. II. Barcelona: Iberia, 1953, p. 234).
Como el aspirante a ingresar a la salamanca, debe contar con un padrino, si no lo tiene y por ello no puede ubicar la cueva, o el lugar de reunión, y quiere conectarse, debe penetrar solo, a la medianoche, en la selva cerrada y allí invocar al demonio -sin portar ninguna imagen ni elemento sagrado-, desnudarse y esperar.
Si se aparece el diablo, conversarán, se establecerá el pacto y se trasladarán a la cueva, o al sitio de reunión, siempre por lugares totalmente desconocidos y laberínticos en donde, al aspirante, le resultará muy difícil orientarse en el caso de que se eche atrás en su propósito.
Por lo general estos relatos no están en boca de sus protagonistas. Siempre aparecen como relación de un tercero. A lo sumo, el relator puede confesar que lo invitaron y que llegó a la primera etapa de la ceremonia pero que no quiso abjurar de la fe y se volvió.
Los curiosos son severamente castigados.

Alba Omil

Extraído del libro Lo demoníaco en los mitos del Noroeste Argentino, de Alba Omil. Lucio Piérola Ediciones, Tucumán, Argentina, 2002.

jueves, 21 de junio de 2007

Frente y perfil de Victoria Ocampo. Aclaración preliminar.

Este libro (en originales) llegó a manos de V.O. dos semanas antes de su partida, cuando ya agotada por el dolor, estaba con sus fuerzas disminuidas. No obstante ello, lo leyó minuciosamente, comentando a cada paso, acotando, revisando, corrigiendo. Y este hecho viene a demostrar que esta mujer no sólo fue un ejemplo de verticalidad y de conducta, sino también un ejemplo de vida y de muerte. La esperó trabajando, como un obrero junto a su herramienta, como un labrador frente a su arado, como un soldado junto a su fusil. Seres de esta pasta les hacen falta a estos pueblos jóvenes, que están gestando su desarrollo.
Cansada ya de dar, en esta vida, se fue a la gloria dando, ratificando una vez más su condición de patricia ejemplar, para los que seguimos.
Olfativa como era, en sentidos literal y metafórico, había empezado a olor la llegada, el momento de este viaje. Y lo esperó altiva y sin lamentos: "No hablemos de eso", dice aludiendo a su dolor físico, en la que, creemos, fue su última carta. Es que estaba hecha de la madera de nuestros viejos criollos, de esos que, arañando la tierra argentina, labraron su grandeza.
Su vida, su larga vida, iba cargándose de muertos: una fuerza imponderable le arrancaba los amigos como si a un viejo árbol le arrancasen, uno a una, sus ramas. Porque toda ella fue eso: un inmenso árbol: floreció copiosamente, dio frutos hasta el cansancio, sus semillas se esparcieron por todos los puntos de la tierra; a su sombra se cobijaron innumerables viajeros; su casa queda como un nido, para los que continúen llegando. Como los viejos árboles ha caído, y como en ellos, de sus raíces han de brotar nuevas plantas: ya están frondosas las ramas de su gloria y son inocultables las copas de aquellos otros que tienen el inconfundible aire familiar y así demuestran que V.O. fue una escritora que hizo escuela. Por su temperamento, por su estilo, por su asombroso dominio de la palabra, no podía haber sido de otro modo.
Siempre ha escrito cartas de despedida a sus amigos queridos que habían dicho "adiós a la hermosura de la tierra". Ahora ella ha ido a reunírsles, a gozar con ellos de la que, creemos, ha de ser una constante primavera rosa y verde. De este lado, alguien que en estos momentos trata de hilvanar estas líneas, ha quedado debiéndole una carta.

Alba Omil

Extraído del libro Frente y Perfil de Victoria Ocampo, de Alba Omil. Editorial Sur, Buenos Aires, Argentina, 1980.

martes, 19 de junio de 2007

Cortázar - Antín. Donde la imagen puede decir más que la palabra

Circe-Delia germina, en la década del 60, en el filme de Manuel Antín, con el nombre que le diera el mito.
La historia es la misma que sostiene el cuento (en la redacción del libreto ha participado Julio Cortázar) aunque es otra su ubicación temporal: modas, conductas, medios de transporte, nos sitúan en los años 50-60 y no en los 20 de la versión cortazariana. Pero estamos ante el tránsito de la historia a otro género y, en consecuencia, frente a otros significantes. El cuento utiliza, lógicamente, la palabra escrita; el filme combina significantes visuales con significantes sonoros y los armoniza. La imagen, a veces, suplanta a la palabra; otras, convive con ella. Música y ruidos la respaldan y, además, juegan sus roles: tal es el caso del teléfono -para no citar sino uno-: su ring ring reiterado y estridente asume funciones narrativas y estructurales complejas; su sonido ocupa toda la escena; la larga reiteración crispa pero, así, está traduciendo la crispación del que no quiere contestar, su deseo de ruptura de una relación que no lo atrae, la persistencia del otro personaje femenino y su propia crispación porque no lo atienden. Por otra parte, el acople de dos llamados telefónicos sirve para vincular dos instancias espacio-temporales diferentes que cobran simultaneidad en la atención del espectador.
La imagen muestra, induce, habla; la música, la voz, ciertos ruidos anticipan, refuerzan o acompañan.
El relato de Cortázar está en boca de una primera persona que habla de Delia a la distancia y que, en una aclaración señala: "Yo me acuerdo mal de Delia [...] yo tenía doce años entonces". Luego hace otra: "Yo me acuerdo mal de Mario pero dicen que hacía linda pareja con Delia". Habla también de "olvidos menores, de falsedades mínimas que tejen y tejen por detrás de los recuerdos". Agreguemos a esto el uso de impersonales -dicen que"- y de verbos de aproximación o de duda: "parece que", "sospechar que", a los que recurre el emisor.
Observado desde esta perspectiva, es explicable que el retrato aparezca como desvaído, como fuera de foco, algo así como la amarillenta foto de un viejo álbum.
El filme acerca a Delia, la corporiza, delinea sus rasgos, la vemos, la oímos, los planos se han aproximado. Podemos observarla en acción, de frente, de perfil y de espaldas; de cerca y de lejos. Vemos cómo maneja la mirada: adónde va, qué traduce; medimos sus distintos tonos de voz; desciframos sus gestos -su sonrisa, su semisonrisa- y, sobre todo, sus silencios. Con todos esos recursos, el cineasta deja abierto un buen camino hacia la conciencia del personaje.
A la representación hay que agregarle un significante de importancia: el physique du role y la intensidad interpretativa de Graciela Borges: la frialdad, la distancia emotiva entre ella y los otros, que trasmiten sus gestos, su mirada, su tono de voz. Voz y rostro, en perfecta correspondencia, permiten la interacción de la imagen con el sonido, dos significantes que se complementan para ir trasmitiendo un significado profundo que nos ayudará, si no a definir, al menos a comprender algo al personaje [...].

Alba Omil

Extraído del libro El microrrelato y otros ensayos, de Alba Omil. Ediciones del Rectorado, Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán, Argentina, 2000.

viernes, 15 de junio de 2007

Martín Fierro. La vigencia

Ciento trece años no es demasiada edad para un libro. En materia de vejez, y en lo que a libros se refiere, quien escribe estas lineas recuerda dos hechos significativos:
1) Un códice del siglo XIV que manejé en la Biblioteca Nacional de Madrid: el pergamino amarillento con manchas marrones, la gran letra miniada, la pulcritud gótica y por ahí, al margen, una minúscula, garabateada florcita, apenas perceptible; fruto quizás del jugueteo, de la abstracción o de la fatiga del copista, era quizás lo único vivo de aquel códice, tembloroso testimonio de humanidad y de vida entre tanta letra muerta, entre tanta idea ya sin vigencia.
2) En los anaqueles de la biblioteca de quien escribe estas páginas, entre una veintena de libros antiguos, un Salustio de 1556 se codea con una primera edición de L'Art Poétique, de Boileau (1674). El cuero crudo de la tapa del Salustio, la apretada gótica, el a veces confuso latín, la minuciosidad de las viñetas, las frecuentes manchas como de óxido que salpican las páginas, hablan del paso de los siglos; muchas de sus ideas, no: continúan vigentes porque hacen a la esencia de la humanidad. Editada un siglo más tarde, no pasa lo mismo con la Poétique: la mayor parte de sus ideas ya no tiene vigencia.
También el humildísimo folleto de la primera edición del Martín Fierro habla de vejez, pero muchas, gran parte de sus ideas, tienen la frescura del día y parecen haber sido registradas como un mandato, para el argentino de estos tiempos, de 1930, de 1945, de 1980, y tal vez de los que vendrán.
Hoy el campo tiene límites y las reses dueños; el tractor ha reemplazado al buey y, en gran medida, el automotor y el avión, al caballo; el gaucho ha desaparecido de la escena argentina, también el indio, los malones, las yeguadas bichocas y la ignominia del cantón de frontera y de la papeleta obligatoria para transitar por la pampa. Pero subsisten muchas cosas: no hace demasiado tiempo era necesario, indispensable, otro tipo de papeleta y un escudito distintivo de afiliación para hacer cualquier gestión, mantener o conseguir empleo y tranquilidad; la no adhesión significaba hambre, exilio, cárcel o el descenso de bibliotecario a inspector de aves en el mercado del Plata. Y "la memoria es un gran don / cualidá muy meritoria".
Continúan vigentes el abuso de autoridad y su contraparte, el acomodo y la complacencia; la renuncia voluntaria a la más elemental verticalidad humana -causas éstas de males mucho mayores- encarnadas en la figura simbólica del viejo Viscacha. En la década del cincuenta Borges escribía, acerca de los consejos: "son parte del retrato y no deberían ser otra cosa; demasiado lo hemos escuchado y aprendido los argentinos, sobre todo el que reza: 'hacete amigo del juez'". (El Aleph en Obras completas, Buenos Aires: Emecé, 1971). Sin embargo los argentinos de hoy podemos advertir cómo se mantiene su vigencia. Y el propósito de Hernández era evitar que se repitieran los ejemplos que él hacía vivir en su Poema: "mas Dios ha de permitir / que esto llegue a mejorar".


Alba Omil

Extraído del libro Cuatro versiones del Martín Fierro, de Alba Omil. Secretaría de Post-Grado, Universidad Nacional de Tucumán, Argentina, 1993. Este ensayo consiguió el premio "Fundación Banco de la Provincia de Buenos Aires" en el año 1984.

jueves, 14 de junio de 2007

Hilos

Teje la araña su baba sutil. De vez en cuando la trama atrapa un insecto.
La araña lo evalúa, lo liba, lo degusta y lo goza: goloso placer de los sabores.

Teje el tiempo su hilo imparable. En la tela van cayendo sin pausa las víctimas, que quedan allí inmóviles, secándose.
El tiempo ni siquiera lo advierte.

Alba Omil

Extraído del libro De este solar, de varios autores. Ediciones del Rectorado, Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán, Argentina, 1998.

miércoles, 13 de junio de 2007

Los menhires

Fotografía del "Gran menhir" de El Mollar, Tafí del Valle, Tucumán,
en distintas horas de la mañana. Buffo, 1940, lámina VII.

Mucho se ha escrito acerca de estos monumentos, su sentido, su significado, su misterio. No intentamos adentrarnos en él, sólo anotar o reflexionar sobre afirmaciones de terceros, algunas de ellas, generalizadas:
1. Los curiosos movimientos -¿o mensajes?- que la luz del sol confiere a sus grabados.
Guido Buffo (El gran menhir, edición propia, Tucumán, Argentina, 1940) afirma algo que muchos de los que hemos mirado con detenimiento esta piedra, hemos podido advertir: "he notado que el juego en la luz solar originaba en las figuras grabadas en forma circular, efectos que por su variabilidad le daban carácter de 'ojo’ cuya mirada iba dirigida precisamente hacia el sol".

"La mirada de esos ojos, casi horizontal en las primeras horas de la mañana, se dirigía cenitalmente al mediodía; y a las 10, y a las 11 horas, en direcciones intermedias" (Buffo, 1940).
Si la mirada de la piedra seguía el curso del sol, podría tomarse como un monumento en su homenaje pero también como un observatorio astronómico. ¿Y los otros grabados?
Por su parte, el Dr. Orlando Bravo (Para una lectura astronómica sobre los menhires de "Casas Viejas". Tucumán. Ed. del Rectorado. Universidad Nacional de Tucumán. Argentina, 2003: 7) hace otro tipo de estudio y otro tipo de determinaciones, ubicados ambos ya en el ámbito científico-astronómico: la sombra de los menhires, su relación con las horas del día y con los meses del año, con los ciclos solares, con los solsticios y equinoccios.
También aporta otro dato importante: en mayo de 2003, acompañado por el cacique de la comunidad del Mollar, D. Plácido Ríos, pudo "discernir un señalamiento logrado con dos menhires de 1,20 m. aproximadamente, uno de ellos en el centro de una circunferencia de piedras de unos 2 metros de diámetro [...] La recta común por sus bases indicaba la salida del sol en los equinoccios, detrás de las cumbres del cerro Mala Mala".
Y luego agrega: "En otro momento, y con la colaboración de lugareños, se rescataron 4 menhires de alturas adecuadas para construir un calendario estacional"
¿Qué otros mensajes encerrarán estas antiquísimas piedras?
Se ha dicho, también, que son una suerte de "inyecciones" vinculadas con la energía solar y sus efectos sobre la tierra, y que por ello estaban en determinados lugares, específicos, de donde no deberían haber sido movidos [...]

Alba Omil

Extraído del libro Creencias y ritos aborígenes del NOA, de Alba Omil. Lucio Piérola Ediciones, Tucumán, Argentina, 2005.

martes, 12 de junio de 2007

El Toto no estaba solo

El Toto no estaba solo, lo acompañaba una curda (*) impresionante que lo obligaba a caminar erecto –para no perder la respetabilidad ni la compostura, che– como lo hacía cada vez que hablaba con su alma, al fin de cuentas, la única capaz de comprenderlo cuando él se sumergía en la nebulosa:
"La ciudad se ha bajado a dormir sobre el asfalto, arropada por la niebla interminable. Voy pisando sus torres, sus luces y su gente, sus malditas miserias y todos sus espejos, donde se bañan mil ojos, un solo ojo repetido mil veces y una órbita seca por donde espía la muerte".
Sale de la ciudad sin advertirlo y penetra en el mundo de las ensoñaciones. Hace un nudo y otro nudo; en series infinitas va eslabonando el tiempo que se enrosca en el pequeño espacio de su conciencia arropada por la niebla.
Se pierde entre los espejos, en un zig zag interminable para no pisarlos porque si se rompen es mala suerte y ya demasiada con la que se le había cuajado encima sin comprarla ni ganarla. Y no sabe qué hacer con tanto cielo negro donde de vez en cuando se baña alguna estrella o un foco macilento; porque la llovizna hace rato que se ha ido, aunque quedan los espejos.
De repente se cruza con la gata sorda que, acostumbrada a espiar en el mundo de los muertos, hace rato perdió el sentido de la realidad y lo confunde pero ¡cierto!, la gata se ha muerto hace dos noches y qué hace aquí este fantasma, cruz diablo, a lo mejor yo, como ella, soy fantasma y andamos explorando la ultratumba donde también llueve y se amontona el agua en los charcos como en esta maldita ciudad llena de ruido aunque ¡caramba! la ultratumba es silenciosa, entonces no estoy muerto ¡qué joder! Pero ¿y la gata? Porque la gata se ha muerto hace dos noches y cómo nos ronda la muerte. Convivir con los muertos ¡carajo! ocupando cada una de las células del alma y toditas las células del cuerpo, recorriendo los conductos del cerebro, laberinto que no excreta ¡ufa! acabo de hacer trizas un espejo, mil pedazos la realidad interior, mil pedazos la realidad afantasmada que me rodea y estoy hecho sopa y lleno de barro, parece que me dormí.
Mejor, me voy a casa.

Alba Omil

(*) Borrachera

Extraído del libro Panorama de la narrativa tucumana (de La Carpa a nuestros días), de varios autores. Lucio Piérola Ediciones, Tucumán, Argentina, 2007.

viernes, 8 de junio de 2007

Clasificación del microrrelato

Ya se ha insistido bastante en el intento de clasificación de los microrrelatos. De entre esas múltiples clasificaciones, siempre provisorias, nos interesa rescatar una, su índole.
Hay microrrelatos que son un juego: los que hacen pensar, reír, o sonreír, y los que se asemejan a la sonrisa del gato (Anderson Imbert, Enrique. El Gato de Cheshire, Buenos Aires: Losada, 1965). Hay algunos habilísimos y sorprendentes; muchos ligeros, veloces, casi etéreos, aunque en su interior suelen tener algo que los protege frente a los vientos del olvido.
Por otro lado —también en su amplitud más general— están aquellos que tienen entrañas vivas y calientes, sobre todo corazón cuyo palpitar se acompasa al nuestro; desde cuyo cerebro algunas neuronas proyectan rayos sobre las nuestras y las hacen temblar y conmoverse y recordar, ¡qué palabra! ¿Cuánto juegan los recuerdos en los microrrelatos?, ¿cuánto pesa la reflexión existencial en estas mínimas y densas creaciones?
A nuestro juicio, ninguno de los rasgos señalados en los párrafos precedentes, los amerita ni los demerita especialmente; sólo los clasifica.
En este mundo de permanente cambio, y en constante fuga, el microrrelato puede atrapar el tiempo, el espíritu de época, la nuestra y la otra, la que quedó atrás y que la memoria conserva, aparentemente intacta y quieta pero que la fantasía ha ido idealizando y modificando mientras la autorreflexión la adensaba.
En el microrrelato puede haber sucesión de hechos —siempre fugaz y transitoria, acorde al ritmo del mundo en que vivimos y sobre todo, a las características del genero— pero también la mirada puede detenerse en un solo hecho y abrir un agujero en él para mirarlo por dentro; o alejarlo, para poderlo observar en perspectiva, o para jugar con él, proyectándolo en espejos deformantes, o fijarlo, como quien le saca la lengua o hace pito catalán al mundo efímero que lo circunscribe.


Alba Omil

Extraído de la Introducción al libro Microrrelatos del mundo hispanoparlante, de varios autores. Ediciones del Rectorado, Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán, Argentina, 2006.

jueves, 7 de junio de 2007

La Creación. Su simbolismo

Aníbal Carrillo: Muestras de una cultura aplastada. Óleo sobre tela, técnica mixta. 80 x 110 cm.

El espíritu humano está dotado de una facultad generadora de imágenes que le permite, o le abre, la posibilidad de expresar simbólicamente lo inasible. Esto nos habilita -como habilitó al aborigen- para aprehender la eternidad, el misterio cósmico, el mundo trascendente, más allá de nuestra pedestre finitud.
Sólo el símbolo puede fundir diversos elementos en una expresión global única. Asi tenemos que admitirlo al observar algunas figuras creadas por los aborígenes y recreadas por Aníbal Carrillo.
"Un símbolo nunca es completamente abstracto" -señala Jolande Jacobi-, es siempre abstracto y 'encarnado'" (Complexe, Archétype, Symbole, Neuchatel (Suisse): Ed. Delachaux & Niestlé, 1961: 67). El aborigen en sus ceramios ha combinado ambas formas: humanas y animales, perfectamente identificables; alternan, o se combinan con otras, abstractas: círculo, cubo, cruz, esfera, punto, espiral. Pero siempre son imágenes -o series de imágenes- perceptibles ya por el ojo, ya por la mente humanos, ya por ambos a la vez.
El artista, con sus manos, que interpretan lo que intuye el alma, pone al alcance de la limitada cotidianeidad del hombre común, algunas ráfagas de la misteriosa infinitud. Por eso nos preguntamos ¿qué ideas arquetípicas, qué imágnes arcaicas, qué terrores, que anhelos se encierran en estas series de figuras tanto concretas como abstractas?
Nuestros aborígenes eran grandes observadores de la naturaleza -cielo, plantas, animales en general, aves, en especial- con los que convivían en contacto permanente. La observación constante les permitía sacar enseñanzas y conclusiones (aún hoy vigentes en campesinos de tierra adentro): por qué canta el sapo antes de la lluvia, por qué algunas aves se bañan en seco y luego llueve; por qué otras (el suri, por ej.) corren abriendo las alas cuando se avecina una tormenta o aún antes de que aparezcan sus primeros indicios.

Alba Omil

Extraído del libro Arte y mito en las culturas andinas del Noroeste Argentino, de Alba Omil y Aníbal Carrillo. Ediciones del Rectorado, Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán, Argentina, 2003.

viernes, 1 de junio de 2007

El escorpión

Es un terrorista que maneja armas peligrosas, ocultas en el saco de su cola. Es brutal con los débiles que terminan sirviéndole de alimento. Ataca, vence y carga a la víctima en su lomo. Y allá van. Pero en el momento de la seducción puede ponerse tierno.
Es la época del celo, de la conquista y de la cópula.
El macho ha estado observando a un grupo de hembras. Selecciona a una de ellas; se le acerca bailoteando a un rimo de vals que sólo él escucha. Se inclina, curtido galán en muchos avatares semejantes. Con sus pinzas toma delicadamente las de ella y, marcha atrás, la conduce a un paseo que terminará sobre la arena, uno encima de la otra, cumpliendo el rito de la multiplicación y continuidad de la especie.

Alba Omil

Extraído del libro Bestiario Erótico y otras historias de animales, de Alba Omil y Lucio Piérola. Lucio Piérola Ediciones, Tucumán, Argentina, 2007.

viernes, 25 de mayo de 2007

Poema, I

De nuevo lo golpeó la realidad, con saña. Quiso aislarse del mundo. Borrarlo. Reconstruirlo.
Y escribió el poema.

Alba Omil

Extraído del libro Con Fondo de Jazz, microrrelatos, de Alba Omil. Ediciones del Rectorado, Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán, Argentina, 1998.